Humanidad ampliada: la vida que nos dieron el consumo y la tecnología

Internet y las redes sociales revolucionaron el comportamiento de una manera que ya no vuelve atrás; discutir si este mundo es mejor o peor que el que teníamos resulta un ejercicio inconducente, plantea el autor

 

Tanto la tecnología como el consumo fueron fenómenos que reconfiguraron el estilo de vida global en el final del siglo XX y especialmente en lo que va del XXI. No son pocos los intelectuales que los han criticado, culpándolos de todos los males que aquejan hoy a los individuos y a las sociedades -angustia, depresión, vacío, desconexión, apatía, exceso de narcisismo, individualismo-. Incluso se ha argumentado que el proceso de aceleración está desmadrado y se encuentra ya muy lejos del control de sus propios creadores. Si el hombre sigue como va, argumentan, se dirige a su propia ruina, a la indefectible destrucción.

 

El exceso de tecnología lo enfrenta al riesgo de perder su condición humana. Dejaríamos así de ser Homo sapiens quedando a merced del big data y los algoritmos. Finalmente nos rendiríamos al poder de los autómatas con inteligencia artificial, volviéndose así lo humano un hecho inútil.

El exceso de consumo ubica al hombre ante el peligro de perder su individualidad y su diferenciación y lo conduce a un positivismo extremo (la dictadura del like), cayendo “en el infierno de lo igual”, tal como lo define el sociólogo coreano Byun Chul Han. En “la sociedad de consumidores” ya no es la producción la que genera identidad, sino el consumo: “Según lo que tengo, soy”. Presos de la enorme inseguridad que genera vivir en un entorno en el que, como propone Instagram, la vida debe ser siempre bella, estos seres narcisistas se viven ahogando en su propia impotencia. El sistema siempre se ocupa de correrles el arco.

La crítica intelectual al devenir de los acontecimientos es muy útil para advertir los riesgos, sí, pero subestima la profundidad de lo que está ocurriendo. Como si quisiera detener un tren que avanza a toda marcha sin maquinista, pretende volver a un mundo que ya no existe. O lo que es peor, frenar la historia. Sin embargo, la sociedad global no parece estar haciéndoles demasiado caso a los intelectuales y sus críticas. El reporte anual Digital 2022, publicado en conjunto por la agencia creativa We Are Social -especializada en redes sociales- y la plataforma tecnológica Hootsuite -líder mundial en la gestión de redes-, articula información de múltiples fuentes reconocidas, como GWI, Statista y más.

 

Allí se nos informa que hoy el 62,5% de la población mundial está conectada a Internet. Son 4950 millones de personas que se conectan unas siete horas al día en promedio. La velocidad y el vértigo nos hacen perder perspectiva. Tendemos a suponer que siempre fue así. No es cierto. En 2000, apenas dos décadas atrás, solo el 6% de la población global accedía a la web -360 millones de personas-. Casi la mitad de los habitantes del planeta tienen todo el día en sus manos un smartphone (3800 millones de personas), mientras que en 2015 eran menos de la mitad, “apenas” 1800 millones. El uso promedio de los teléfonos inteligentes es de cinco horas por día. Y subiendo.

Observadas desde el prisma de la crítica -muchas veces con razón-, las redes sociales no paran de crecer. Más de 4600 millones de personas tiene al menos una cuenta activa en alguna de ellas. Un lustro atrás eran 2100 millones. Eso es el 58% del total de la población mundial, pero si lo medimos entre los que tienen más de 13 años el porcentaje crece sustancialmente y pasa a ser del 75%, es decir, 3 de cada 4 personas.

Ningún país del mundo tiene más habitantes que Facebook (2900 millones), ni YouTube (2560 millones), ni WhatsApp (2000 millones). Instagram supera por poco a China y la India (tiene 1500 millones de usuarios activos). TikTok, que se sumó al juego recién en septiembre de 2016, ya tiene 1000 millones de tiktokers.

¿Tiene sentido seguir negando que algo demasiado relevante está pasando? La pandemia dejó una aceleración aún mayor del fenómeno. Para sobrevivir hicimos lo mismo que nuestros ancestros: nos guarecimos en la caverna. Solo que ahora fue una caverna digital.

La tecnología potencia el consumo y el consumo potencia la tecnología. Ambos fenómenos se retroalimentan. Nacieron juntos. Van de la mano. Steve Jobs y Bill Gates fueron pioneros en entenderlo y a finales de los 70 y comienzos de los 80 lanzaron una flecha hacia adelante que ya no se detendría. Silicon Valley, Bangalore y la mismísima China, excomunista y ahora fervientemente capitalista, se subieron rápido a la ola. El sistema financiero obviamente huele el dinero a la distancia y de ningún modo iba a mirar el juego desde afuera. Se dedicó a lubricarlo todo lo que pudo, no sin ciertos incidentes mayúsculos, como la crisis global de 2008-2009, aunque siempre resiliente.

Es en este contexto donde discutir si este mundo es mejor o peor que el que teníamos resulta un ejercicio inconducente. Es más útil y operativo intentar comprender de qué está hecho, cómo se estructuran sus mecanismos y desarrollar habilidades para poder operar en él.

Transformación estructural

Lo primero que tenemos que comprender, entonces, es que estamos asistiendo a una transformación estructural. Y cada vez que al ser humano le cambian las reglas del juego, se desorienta, se siente perdido. Les sucede a los medios de comunicación, a las marcas, a los políticos, a las empresas y obviamente a los individuos, que imposibilitados de escapar del vértigo solo atinan a tratar de vivir (o sobrevivir).

¿Tuvo razón el filósofo francés Jean Baudrillard al vaticinar “el asesinato de la realidad” en su controvertido libro El crimen perfecto, de 1996? Allí argumentaba que lo real se diluía a partir de las creaciones de avanzada del hombre. Vivíamos en un nuevo entorno en el que sobreabundaba la información, dominaba la tecnología y nos zambullíamos en cuerpo y alma en una creciente virtualidad. Algunos años después, en 2002, publicaría otro ensayo inquietante, La ilusión vital. Como quien es consciente del efecto de sus dichos y de la polémica que generaron, volvió sobre el punto con vocación didáctica: “Vamos a aclarar este punto: si lo real está desapareciendo, no es debido a su ausencia; es más, hay demasiada realidad. Este exceso de realidad es lo que pone fin a la realidad, al igual que el exceso de información pone fin a la información y el exceso de comunicación pone fin a la comunicación”.

Desde un punto de vista tradicional, probablemente la respuesta debiera ser que sí: entonces Baudrillard tenía razón. Fue de tal magnitud el impacto de la irrupción digital que todo el sistema de orientación de los seres humanos quedó desarticulado. Aunque desde la perspectiva actual, 20 años después, no es necesariamente así.

El reconocido pensador francés decía en aquel momento: “El mundo y su doble no pueden ocupar el mismo espacio, porque el doble es un perfecto sustituto artificial y virtual del mundo. El conflicto entre ellos es inevitable”. Para él, la realidad había muerto desde el mismo momento en que nos adentramos en un mundo virtual que operaba como un simulacro. Su tesis bien podría ilustrarse con una película contemporánea: The Truman Show. Fue estrenada en 1998 y protagonizada por Jim Carrey. Una historia que más que risa provocaba una inquietante pregunta: ¿y si todo fuera mentira? ¿Y si la vida misma fuera un guion que alguien escribió para nosotros y que millones están mirando por televisión? ¿Y si nosotros mismos no existiéramos tal como creemos? ¿La vida de Truman era el simulacro del que hablaba Baudrillard? Su tesis de “el mundo y su doble” expresaba la visión dominante del siglo XX, que veía entre el mundo físico y el mundo digital una lucha a muerte, un juego de suma cero en el que indefectiblemente debería haber un único ganador. Durante años fue vox populi prever la muerte de prácticamente todo, no solo de “lo real”. Desaparecerían los diarios, los libros, los comercios, los shoppings y hasta los autos. Esa masacre masiva de industrias enteras se presagiaba para no más allá de los años 2000.

El mundo físico sucumbiría frente al poder de lo nuevo, lo deslumbrante, la luminosidad de una nueva era que volvería oscuro todo lo precedente. Si la pelea era por la supervivencia, a diario se escribía la crónica de una muerte anunciada.

Lógica aditiva

Con la ventaja de haber sido testigos de la historia, hoy nos queda más claro que la lógica no era sustitutiva sino aditiva. El juego no era de suma cero. Por el contrario, traía en sus entrañas un efecto multiplicador. No se trataba de apostar a un ganador. El ímpetu de la juventud digital se encontró con el aplomo y la sabiduría de la añosa territorialidad.

Hoy lo virtual, por supuesto, es también real. La realidad es un nuevo objeto que surge del sentido que emanan, en términos de la tesis que presentó el novelista, ensayista y filósofo italiano Alessandro Baricco en The Game, los dos corazones de un mismo sistema, ya único, indivisible, irreversible. Un sistema dual que bombea realidad armónicamente de manera indistinta, desde cualquiera de sus corazones.

Este es el nuevo entorno en el que vivimos y viviremos. La mutación a la que estamos asistiendo define una reconfiguración de carácter fisonómico. Entramos de manera irreversible en una instancia superadora de nuestra evolución como especie. Seguimos siendo humanos, sí. Pero no exactamente como antes. La tecnología y el consumo son ahora parte de una condición humana de nuevo tipo. Han expandido nuestras posibilidades. Consecuentemente, se amplía nuestra existencia. Nos han transformado en humanos potenciados.

Sin tecnología y consumo nos cuesta mucho vivir en la cultura contemporánea. Sean bienvenidos a la humanidad ampliada. No pretendan escapar. No hay adónde. Más que criticar o añorar es más interesante, atractivo y útil tratar de entender.

Solo si somos capaces de comprender de qué está hecho el estilo de vida en el que nos adentramos a toda velocidad tendremos al menos la posibilidad de navegarlo con cierta prestancia. Y así poder responder LA pregunta que nos inquieta y nos quita el sueño, tanto a nivel colectivo como individual: ¿vamos bien o vamos mal?

Copyright W & Guillermo Oliveto.