La economía arroja señales contradictorias, al menos en apariencia; los indicadores macro reflejan una crisis profunda, mientras los datos de consumo, al menos en el primer semestre, muestran el deseo de la gente de desprenderse de los pesos; el efecto “cuarentena” como un verdadero “eslabón perdido”
Como hacía tiempo no ocurría, las señales que emite la economía argentina parecen, en apariencia, profundamente contradictorias. Los expertos en finanzas expresan que en su tablero de control todos los indicadores están en rojo furioso: los bonos en dólares cotizan a menos del 20% de su valor nominal y las acciones de las empresas argentinas valen en Wall Street entre 50% y 80% menos que el 11 de agosto de 2019. El Banco Central tiene cada vez menos dólares. Ninguna de las tres cosas para de caer. Ellos ven “colapso”.
Los macroeconomistas remarcan un nivel de emisión desbordado para cubrir un déficit fiscal que no logra contenerse. Consecuencia: una inflación disparada y un dólar “nervioso” de 300 pesos. Ninguna de las cuatro cosas para de subir. Todavía con alguna chance de corrección, alertan sobre un creciente “riesgo de colisión”.
Por último, al revisar los datos de la economía real –consumo, mercados y empresas–, salvo excepciones, nada de todo eso parecería estar afectando demasiado la microeconomía. Al menos durante el primer semestre se vendió y se ganó. En la calle pesos hubo, y muchos. Podríamos sintetizarlo así: “Y la nave va”.
Primer interrogante básico: ¿qué está pasando? Segunda pregunta, un tanto sinuosa: ¿hasta cuándo estas tres dimensiones de la economía, que obviamente están interconectadas, pueden seguir avanzando por carriles diferentes? Tercer cuestionamiento, ya más intrincado: ¿hay algún punto ciego que se nos esté escapando?
En síntesis, y juntando todas las dudas que hoy abruman a los tomadores de decisiones: ¿cuál es el “eslabón perdido” que nos está impidiendo construir la secuencia del pensamiento lógico para decodificar los hechos del presente y proyectar con cierta racionalidad los que podrían ocurrir en breve?
En su libro Mindset, 11 mentalidades para prever el futuro, publicado en 2006, John Naisbitt, uno de los grandes futurólogos norteamericanos, dejaba muchas enseñanzas y consejos como parte de su legado. De todos ellos, hay dos que –entiendo– resultan muy pertinentes para intentar pensar bien este momento tan críptico y enrevesado.
El primero, tomando al deporte como analogía, era muy simple: “Concéntrese en el marcador del juego”. Es decir, nunca deje de mirar con atención y detalle los datos. Discursos y opiniones puede haber muchos y encontrados. La mejor manera de encontrar un punto de apoyo en medio de la complejidad es dejar hablar a los números.
Un rompecabezas
La segunda de esas recomendaciones es ciertamente más difícil de implementar, pero de enorme valor cuando se logra aplicarla. “Vea el futuro como un rompecabezas”. ¿Qué significa eso? Así lo explicaba él: “El futuro es un conjunto de posibilidades, direcciones, hechos, giros y curvas, avances y sorpresas. A medida que el tiempo pasa, todo encuentra su lugar y todas las piezas juntas forman una nueva imagen del mundo. Al proyectar el futuro, tenemos que prever dónde van todas las piezas y cuanto más comprendamos las conexiones, más exacta será la visión. No tiene mayor sentido poner las piezas en línea recta. Tenemos que encontrar las partes que se encajan, ensamblan, conectan”.
Siguiendo sus sabios consejos empecemos por el principio. Veamos los datos. Los que tienen “incendiadas” las pantallas de los financieros ya los conocemos. Por si hubiera algún distraído, las cotizaciones volátiles y ascendentes de todos los dólares –menos el oficial– se encargan de recordarnos diariamente que algo está andando mal. Cuando vamos a la macroeconomía, obviamente, el dato que “siente y vive” la población es la inflación. La última proyección de Ecolatina indica que podría ser del 85% anual. Sus indicadores de alta frecuencia proyectan 8% para el mes de julio, según la dinámica de la primera quincena. Otras consultoras y economistas estiman valores similares o peores.
Ahora bien, cuando miramos las cifras de la microeconomía, emerge el desconcierto. Los últimos datos disponibles muestran que, en el primer semestre, comparando con el mismo período del año anterior, las ventas en shopping centers crecieron 41%, hoteles y restaurantes, 35%; motos, 35%; indumentaria en comercios minoristas, 15%; despachos de cemento, 11%; insumos para la construcción, 9%; farmacias, 10%, y consumo masivo en supermercados y autoservicios, 4,5%.
El turismo interno y los recitales viven un boom. Las vacaciones de invierno serán un nuevo éxito, como lo fue el fin de semana extra largo de junio. Habían organizado las presentaciones del 13 y el 14 de septiembre de Dua Lipa en el Hipódromo de Palermo. Fue tanta la demanda que los acaban de cruzar al Campo de Polo. Los 10 River de Coldplay no eran un hecho aislado, sino la manifestación extrema de un fenómeno estructural.
Cuando se indaga a las empresas de todos estos rubros cómo les está yendo, más allá de las múltiples vicisitudes y temores, la gran mayoría responde con una palabra sencilla: bien.
No se entiende nada. ¿Cómo se explica que cuando flotan en el ambiente palabras y conceptos como “estamos al límite”, “vamos directo al iceberg”, “esto no aguanta”, “chocamos”, “llegamos al borde del abismo” y, el clásico de todos los clásicos, “explota todo”, el consumo de corto plazo en lugar de frenarse, acelere? ¿Por qué no se reflejan en la economía de la calle los temores que no solo tienen los analistas, sino que también registra la sociedad? De hecho, el 70% cree que las cosas estarán peor de acá a un año, según la mayoría de las encuestas de opinión pública más recientes.
Película trabada
Sin embargo, compran. ¿Los argentinos enloquecieron? Como sucede cuando se traba Netflix, en la película que estamos viendo “no cierra el audio con el video”.
Es lógico tener la tentación de apelar a explicaciones tradicionales. Como ha sucedido en otros períodos de la historia cuando se desbocó la inflación, cuando “los pesos queman” la gente corre a transformarlos en bienes. Es cierto. En parte eso está sucediendo. Los argentinos son expertos en crisis y están entrenados para “escuchar los tambores en la oscuridad de la selva”. Compran hoy porque ya saben que mañana va a ser más caro, si es que hay.
Solo con prestar atención al devenir del mes de julio, versión extrema de esta conducta defensiva, puede comprobarse que no se equivocan. En este país, el que se duerme, pierde. Instinto de supervivencia puro.
Sin embargo, este no es el único motivo, ni siquiera el más importante, de la disonancia cognitiva que estamos viendo y viviendo. Definida por la psicología como una tensión del sistema de ideas, creencias y emociones, esta patología se refiere a dos cogniciones simultáneas que son percibidas como incompatibles. Si miramos las finanzas y la macroeconomía, está todo mal. Si miramos el consumo, fluye (o mejor dicho, fluía hasta el primer semestre) razonablemente bien. Insisto: algo no cierra.
El “eslabón perdido”
Nuestra última investigación cualitativa sobre el humor social nos permite afirmar que “el eslabón perdido”, o, en términos de Naisbitt, la pieza que le falta al rompecabezas para poder ahora sí divisar la figura elusiva, es la pandemia más cuarentena y su impacto psíquico.
Fue tanto el dolor, la angustia y el miedo que la gente salió en modo “no me importa nada”. El grito sordo que cohesiona todos los fragmentos que, a simple vista, lucen inconexos es: “Ahora quiero vivir”. ¿Cuántos abrazos hay todavía sin dar, cuántas palabras sin decir, cuántos bailes sin bailar, cuántos saltos sin saltar y cuántos goles sin gritar? La distancia social fue antisocial. Somos seres gregarios. Durante dos años no tuvimos la posibilidad de hacer eso que nos define como humanos: vincularnos con el otro. Lo que está ocurriendo es una de las consecuencias de lo que Sil Almada, fundadora del Lab de tendencias Almatrends, definió como un “hábitat emocional”. Un entorno nuevo dominado por las pulsiones antes que por las razones.
Los ciudadanos saben que “afuera” está oscuro y el clima se ve impiadoso. Los meteorólogos vaticinan lluvias y vientos fuertes. Para protegerse, esta vez eligieron “irse de la realidad” y tratar de vivir, o sobrevivir, según el caso, lo mejor que se pueda. “Escondidos debajo de la mesa”, esperan la tormenta. Mientras tanto, “juegan a las cartas”. Se preguntan: ¿qué otra cosa podríamos hacer?
El primer semestre ya terminó. Ahora llega el tiempo en el que nosotros tenemos que preguntarnos: cuando se junten las curvas de las finanzas, la macroeconomía y el consumo, ¿esa estrategia de preservación continuará siendo viable o habrá un encuentro abrupto con la realidad?