La sociedad entró en fase “punk consumista”

A fines de los años 70 surgió en Inglaterra, y luego en Europa, una corriente cultural y musical hija de la decepción y la frustración: el punk. Los jóvenes enojados y abrumados por la falta de oportunidades se apropiaron de la consigna que inmortalizara una de las bandas icónicas del movimiento: “No hay futuro”. Esa banda era, por supuesto, los Sex Pistols, y la canción inmortal –”Dios salve a la reina”– se metía con lo más sagrado de Inglaterra como forma de atacar al sistema en su conjunto.

Queen Elizabeth, como defensora a ultranza de un sistema de valores conservadores donde primaban el orden y el esfuerzo como llave para el progreso, resultó ser la musa inspiradora de un grito de guerra que surgió como un rugido y que llegaría hasta los Estados Unidos.

 

“God save the queen. She ain’t no human being. And there is no future. In England’s dreaming (…) Don’t be told do what you want to. And don’t be told do what you need. There’s no future, no future. No future for you”

Esas dos estrofas –”Dios salve a la reina. Ella no es un ser humano. No hay futuro en los sueños de Inglaterra (…) Que no te lo digan, hacé lo quieras. Y que no te lo digan, hacé lo que necesites. No hay futuro, no hay futuro para ti”– condensaron como un perfume en extracto la esencia de la proclama antisistema de toda una época.

“Esto está cada vez peor”, “estamos viviendo un momento caótico”, “vivir hoy es muy difícil, está todo prendido fuego”, “la Argentina está muy mal, fundida, no hay salida”. Describo aquí apenas un puñado de las citas textuales que brotaron por doquier en nuestro último relevamiento cualitativo del humor social realizado con base en focus groups entre el 14 y el 17 de marzo pasado. Incluye a ciudadanos de todos los estratos sociales y todas las ideologías políticas, mayores de 18 años.

 

La aparición recurrente, y creciente, de las consignas “incertidumbre total”, “caos” y “no futuro” junto con lo que expresa el imaginario simbólico de “prendido fuego” nos llevan a asociar este “momentum” de la sociedad argentina con la lógica del punk. Algo que, como vimos, no solo no es novedoso, sino que tiene más de 50 años de historia.

Esa cultura rupturista emergió en la Inglaterra de finales de los 70 como fruto de la angustia y el desasosiego, algo que encontramos recurrentemente cuando buceamos en la profundidad de los sentimientos actuales de buena parte de la población argentina. La corriente original expresaba, sobre todo, una gran disconformidad con la situación imperante en aquel momento, cuando recién se iniciaba la globalización. No hace falta siquiera chequear demasiados datos para convalidar que un registro análogo se verifica entre nosotros hoy.

El índice de confianza en el Gobierno que mide la Universidad Torcuato Di Tella arrojó en la última medición de marzo un valor de 1,18 puntos en una escala de 1 a 5. Otra vez, uno de los más bajos de la serie histórica. Se encuentra, además, 22% por debajo del de hace un año y es 40% menor que el valor de diciembre de 2019.

Otro de los valores centrales en la cultura punk es el nihilismo, es decir, ante el vacío de sentido, no creer en nada. Pues bien, a un sector creciente de los ciudadanos le está costando mucho encontrar en qué creer. Ante una economía que les da cada vez menos acceso y una política que todavía no logra reconectar con ellos, lo que emerge es el vacío. Eso se traduce en una fatigosa carencia de entusiasmo y vitalidad que lleva al hastío y el desgano. Ya no se trata de preguntarse por qué pasa lo que pasa, sino para qué hago lo que hago.

Crece la sensación de que el lema punk es más un estigma que una expresión propia. “No hay futuro” porque “nos robaron el futuro”.

El sombrío panorama del humor social contrasta con el movimiento que se ve en la calle y con algunos grandes íconos del consumo que, en apariencia, estarían mostrando otra realidad. Muchos restaurantes llenos –y no solo aquellos a los que concurre la clase alta, sino también los de clase media e incluso ciertos lugares más populares–, fines de semana con alta concurrencia en shoppings, cines y teatros, las canchas de fútbol hasta el tope, hipermercados con más público que el que tenían hace un tiempo, el boom de los recitales, que no se detiene, y las escapadas de fin de semana largo en el país, que siguen teniendo gran atractivo.

"El sombrío panorama del humor social contrasta con algunos íconos del consumo; shoppings, cines, canchas y recitales siguen teniendo gran atractivo"

 

Lo que sucede es que este también es un consumo atravesado por los valores de la cultura punk: “No hay futuro”. Por eso, este consumo de bienes y servicios de corto plazo es incapaz de gestar sueños y proyectos. En términos españoles, sería un consumo “pasota”, una dinámica propia que tiene bajo interés por lo que la rodea, que está descontextualizada.

Apenas ansiolíticos

Siguiendo las categorías desarrolladas por el gran filósofo francés Gilles Lipovetsky, un consumo donde impera lo efímero. Experiencias que se suceden una detrás de la otra operando como ansiolíticos. Pretenden, infructuosamente, calmar una angustia existencial que no deja de crecer porque la realidad no tiende a mejor, sino a peor. Al menos eso percibe la mayor parte de la sociedad. Los temores no necesitan consumarse para afectar el estado de ánimo, les alcanza con hacerse presentes en la imaginación.

Al igual que en 2016, volvió a surgir el “antes y ahora”. Con la gran diferencia de que aquel “antes” remitía a un pasado lejano y este remite a uno mucho más cercano. Ahora sí, habiendo podido tomar perspectiva, un número creciente de consumidores empieza a identificar antes con el año 2017, cuando el ingreso promedio de un empleado formal era de 1700 dólares blue. Pues bien, “ahora” es de 520 dólares blue (cierre 2022).

“Antes con una clase de guitarra me compraba un encordado, ahora necesito cinco clases”, nos decía un profesor de guitarra. “Antes, cuando mi hija cumplió 15 años ahorró y pudo realizar un viaje al exterior. Mi otra hija cumplió ahora, también ahorró y le cuesta llegar a una escapada en el país”.

Los números puros y duros convalidan este registro social. En 2017 se vendieron y escrituraron en la ciudad de Buenos Aires 64.000 viviendas; en 2022, 33.000 (-48%). En 2017 se comercializaron 900.000 autos 0 km; en 2022, 407.000 (-55%). Dato adicional: por segundo año consecutivo se vendieron más motos que autos. Y, por último, en 2017 viajaron al exterior por vía aérea 3,7 millones de turistas, mientras que en 2022 fueron 2,3 millones (-38%).

Puede apreciarse aquí que los tres grandes bienes de consumo de largo plazo capaces de construir una ilusión que motive el ahorro están muy debilitados. Lo que está llevando a los consumidores, con lo que tengan, mucho o poco, a reflotar una consigna de tiempos mucho más remotos en nuestro país: “No dejes para mañana lo que puedas comprar hoy”.

Algo inédito para el 60% de menores de 40 años que no habían nacido en 1991, la última vez que transitamos una inflación de tres dígitos interanual. Aturdidos y desorientados, apenas atinan a decir: “Ya que no puedo ahorrar, me la deliro”. Efectivamente, ahora sí “los pesos queman”. Insisto: muchos o pocos, todos queman. Una vez más (y van...), los argentinos han vuelto a “ahorrar consumiendo”. Ya lo dijo Messi, “Argentina, no lo entenderías”. Motivos para el malestar sobran.

La música de una era

Quienes han estudiado a fondo el movimiento punk alertan sobre ciertas malinterpretaciones de su mensaje. La primera es que la idea del caos no era tanto promoverlo per se de manera indefinida, sino plantearlo como un modo de cambiar el orden establecido. Y la segunda es que la proclama de los Sex Pistols fue poco comprendida. El “no hay futuro”, antes que negar su existencia, invitaba a soñarlo, a crearlo, a hacerlo realidad.

La historia demuestra que luego de su energética aparición, el movimiento punk se fue desdibujando y aparecieron corrientes y críticas cruzadas dentro de este a medida que, como sucede en toda “revolución”, se va instaurando un nuevo orden. Finalmente, esa corriente antisistema fue convenientemente articulada por el sistema. La reina Elizabeth vivió para sostener sus valores medio siglo más que aquel fenómeno temporal.

El auge de la globalización y la mejora de la economía global en los años 80 y 90, de la mano, entre otras cosas, de la irrupción tecnológica, hizo que las aguas se fueran sosegando y que la idea de “no hay futuro” mutara de la proclama violenta al goce, el entretenimiento y el confort, para decantar en el carpe diem posmoderno: “disfruta el hoy”.

El hedonismo resultó más tentador que la furia. Y a la hora de prender la radio fueron muchos más los que prefirieron una melodía pop, suave, pegadiza y tranquila antes que las guitarras distorsionadas y el vértigo de las voces rasposas de Ramones o The Clash.

¿Qué música decidirán escuchar los argentinos cuando llegue el momento de elegir? Todavía ni ellos lo saben. Por ahora, como cantaban los Pistols, sienten que “no hay futuro”. Por eso compran todo lo que alcanza y viven como se puede.

Copyright W & Guillermo Oliveto.