Este artículo es un segundo adelanto exclusivo de Humanidad ampliada, el nuevo libro de Guillermo Oliveto, publicado por Editorial Planeta en octubre de 2022
¿Cómo quedará la sociedad después del shock? ¿La tecnología que nos ayudó a sobrevivir puede cobrarnos un precio demasiado alto? ¿El consumo se volvió un ansiolítico? ¿Qué tan preparados estamos para comprender la hipercomplejidad de esta humanidad ampliada que es física y digital a la vez y que tiene al mundo entero en vilo? ¿Estamos volviendo a un régimen de regiones que recupere registros de la Cortina de Hierro? ¿La globalización tal como la conocíamos terminó con la pandemia?
Después de la catástrofe que atravesamos, asimilable a una guerra mundial, ¿están las grandes potencias, sobre todo Estados Unidos y China, repartiéndose nuevamente el mundo y disputando el diseño de los futuros posibles en el campo de la tecnología y el consumo, las dos grandes fuerzas que definen la cultura del siglo XXI?
Todos estos interrogantes son tan inquietantes como urgentes porque sus respuestas impactarán no solo en la geopolítica, la economía y el poder global y local, sino fundamentalmente en la vida cotidiana de cada uno de los ciudadanos y por ende en sus hábitos personales, conductas sociales, patrones de compra y decisiones políticas.
La vida humana siempre ha sido compleja. El elemento que más nos distinguía del resto de las especies hace 2500 años, y nos distingue hoy también de la inteligencia artificial, es nuestra condición de seres conscientes.
El hecho de comprender que existimos, tener la capacidad de experimentar el dolor, la alegría o la curiosidad, no solo física o impulsivamente, sino mental y racionalmente, poder pensarnos a nosotros mismos en el presente e imaginarnos en el futuro, convocarnos desde ahí para diseñar proyectos que luego serán realidades, comunicarnos con los demás y presumir lo que ocurre con sus propios pensamientos o sentimientos, es lo que nos hizo, nos hace y nos hará, hasta donde sabemos, únicos.
Dicha unicidad viene de la mano con la complejidad, desde que existe el Homo sapiens. Somos lo que somos, podemos hacer lo que hacemos, nos aquejan los problemas y los dilemas porque tenemos una mente. Si no pudiéramos pensar ni pensarnos, obraríamos como lo hacen los animales salvajes: nos dejaríamos guiar por nuestras pulsiones e instintos. No habría allí ninguna mediación racional que moderara nuestros apetitos.
Al igual que en tantos otros ámbitos, la presente transformación digital lo que provocó, mayoritariamente, fue una aceleración y potenciación de las dinámicas tecnológicas ya existentes. Si la vida y el entorno del ser humano estuvieron signados por la complejidad desde el origen, la potenciación de sus posibilidades ha incrementado dicha complejidad, porque ahora hay que decidir sobre un sinnúmero de opciones que nunca antes habíamos tenido.
La humanidad ampliada no es compleja, es hipercompleja. Al plantear que la tecnología, por naturaleza es aditiva (y adictiva), quiero enfatizar que la respuesta sobre qué tenemos que hacer, tanto a nivel colectivo como personal, no vendrá de ese campo. Los gobernantes y los ciudadanos contarán en el futuro cercano con más herramientas y posibilidades, no con menos. Podemos tomar esto como una certeza.
Las fuerzas que provocarán esta nueva expansión de sus tableros de control ya están lanzadas. No hay señales de retracción ni en Silicon Valley ni en Shenzhen. Tanto la red 5G, que incrementa exponencialmente la velocidad de conexión, como la internet de las cosas, que promete la conexión de prácticamente todo, desde la heladera y el smart TV hasta las cámaras de vigilancia, pasando por los sensores climáticos, el equipo de audio, el lavarropas e incluso el inodoro, no son ninguna promesa, sino una realidad en fuerte proceso de expansión. Un mundo cargado de sensores generará big data por sí mismo, sin ningún tipo de intervención humana. Los softwares de inteligencia artificial detectarán patrones de conducta y necesidades, operando en consecuencia. Dialogarán entre ellos.
El concepto smart
Tampoco hará falta que las personas intervengan en ese proceso. No es casual que el concepto smart sea el que ordena bajo una misma semántica a las consecuencias de estos avances: vamos del smartphone y el smart TV hacia la smart home (casa inteligente) y las smart cities (ciudades inteligentes). Es una palabra corta, potente y pregnante. Logró atravesar la barrera idiomática. Aun la gente que no habla inglés la sabe pronunciar y se la apropió.
En esa naturalidad tendemos a olvidar lo que significa: inteligente. Seguiremos discutiendo, cada vez más, sobre el concepto de inteligencia, qué es y qué no, quién la tiene y quién no. Mientras tanto, el discurso público se topa con esta palabra una y otra vez. El término adquiere una creciente polisemia. Parecería que cada uno le da el sentido y el significado que quiere y llama “inteligente” a lo que le parece.
Más que nunca, en el marco de la hipercomplejidad, se vuelve necesario pensar bien. La decisión a la que se enfrentan y se enfrentarán los seres humanos, en todas las culturas, geografías y niveles sociales, es definir cuál es el límite. Tendrán que resolverlo los gobiernos y los políticos cuando se trate de cuestiones colectivas. Podrán involucrar a los ciudadanos, que se expresarán con su voto en plebiscitos y en los procesos electorales clásicos, o a través de las redes sociales o las protestas callejeras. En el caso del orden personal y laboral, serán los individuos quienes deberán decidir. Como empresarios, como educadores, como gestores de su propia autonomía.
Visionariamente, ese gran humanista que fue el semiólogo italiano Umberto Eco lo planteó en el año 2000 en una conferencia que brindara en Venecia. Reproduciría el texto en su libro A paso de cangrejo, publicado en 2006, donde señalaba con preocupación que la humanidad estaba “dando auténticamente pasos hacia atrás”.
La noción de “límite”
Bajo el título “La pérdida de la privacidad”, decía: “El primer efecto de la globalización de la comunicación por internet ha sido la crisis de la noción de límite. El concepto de límite es tan antiguo como la especie humana, incluso como todas las especies animales. La etología nos enseña que todos los animales reconocen que hay a su alrededor y en torno a sus semejantes una burbuja de respeto, un área territorial dentro de la cual se sienten seguros, y reconocen como adversario al que sobrepasa dicho límite. Téngase en cuenta hasta qué punto la mentalidad latina estaba obsesionada por el límite que basó su mito fundacional en una violación de territorio. Rómulo traza una frontera y mata al hermano porque no la respeta. Julio César, al pasar el Rubicón, es preso de la misma angustia que quizás embargó a Remo antes de violar el límite marcado por su hermano. El sacrilegio se comete al cruzar el límite y es irreversible. La suerte está echada”.
No se podría definir a Eco como un tecnofóbico (tal vez sí como un tecnoescéptico). porque el pensador italiano se encontraba en un momento de su vida donde entendía que más que concluir había que invitar a la reflexión.
Para una humanidad ampliada, necesitamos forjar una mentalidad superior, es decir, una mentalidad ampliada que nos permita definir otra vez cuáles son los límites, ahora que la inteligencia artificial nos seduce con su aura de perfección para que le cedamos gran parte de nuestras decisiones y que la dinámica del capitalismo de seducción está diseñada para atraer, susurrar y tentar 24/7.
Lo que implica desafiarnos a comprender en profundidad la lógica de las dos grandes fuerzas que ya moldean el presente y que, sobre todo, darán forma a los futuros posibles, tanto utópicos como distópicos: el consumo y la tecnología. Estas dos fuerzas de uno y otro modo lo cruzan todo: la identidad personal, la vida en sociedad, los negocios y la política.
Ambas salieron fortalecidas de la pandemia y se potencian mutuamente. Su desarrollo es de carácter exponencial.
Solo si somos capaces de comprender en profundidad las múltiples interrelaciones que se dan entre el todo y las partes del ecosistema contemporáneo hipercomplejo tendremos ciertas chances de decidir bien y, al menos intentar, vivir mejor.